Iglesia Parroquial de San Miguel

Iglesia Parroquial de San Miguel. Templo del 1.774, con planta de cruz latina y sobre el crucero lleva una cúpula gallonada. Destaca el retablo del altar mayor dedicado a San Miguel. La iglesia guarda una gran semejanza interior con iglesias y conventos antequeranos. Se encuentra en la Ruta del Barroco Cordobés.

Iglesia de San Miguel

Visita virtual: enlace a la web de Turismo de Córdoba.

El cerro de los toros

La investigación arqueológica en el término municipal de Palenciana es exigua. Sólo las noticias proporcionadas por Bernier permiten conocer la existencia, en el Cerro de los Toros, de cerámicas bruñidas encuadrables en una difusa Edad del Bronce. Una prospección superficial realizada hace algunos años por un equipo de la Universidad de Córdoba permitió comprobar que, junto a algunos materiales que podrían encuadrarse en un Bronce Pleno, la mayor parte de las cerámicas que aparecen en superficie corresponden al Bronce Final Precolonial. La no presencia de cerámica a torno indica el posible abandono de este hábitat durante el Orientalizante, quizá a causa de un proceso de concentración humana en el cercano poblado de El Hacho, de Benamejí.

Vista general

Deberemos esperar a época romana para encontrar nuevos vestigios de ocupación en las tierras de Palenciana. Junto a algunas sigillatas recogidas en las proximidades del Cerro de los Toros y al sur de la carretera que une El Tejar con Palenciana, debemos destacar el yacimiento del Cerro del Pozuelo, donde se han hallado fragmentos de urnas y de lápidas pertenecientes a una necrópolis, así como una gran cantidad de tegulae, ladrillos y terra sigillata que delatan la existencia de una villa romana.

Ruta turística: desde las Moradillas

A Palenciana se debe venir siempre; pero, si es posible, mejor hacerlo en primavera. La carretera que queda atrás tras pasar El Tejar, retorciéndose sobre sí misma, empinándose y caracoleando entre olivares, se detiene bruscamente en esta curva llamada de la Bodega Nieto, donde nace esa vena esplendorosa de vitalidad y naturaleza que es el arroyo de las Cañas. La carretera continúa encabritándose entre almendros y viñedos, festoneada de cardos, margaritas y amapolas; y desde el altozano de Las Moradiflas impresionará el municipio de Palenciana

Río Genil

Engastado sobre una leve colina, encaramado de blancura y sosiego, como un panal de jazmines, un abrazo de casas blancas trepan amorosamente arrullando la torre ocre que preside el pueblo. Las casas se perciben acogedoras, proporcionadas y armoniosas; peinadas todas ellas con cubierta de teja árabe sobre la que blanquea la indecisa pincelada impresionista de las inquietas siluetas de sus chimeneas enjalbegadas. En su entorno se destacan los verdes de las sembradurías y dispersos marrones húmedos de los barbechos recién arados; más allá, el ondulado valle plomizo de los olivos centenarios y los penachos de pinos que coronan los cerros. Al fondo, el océano calmo de los olivares U Campo de Lucena y el fragoso cerco de sierras y cabezos que rodean al término; y, sobre todo, el azul limpio y puro de un cielo inmaculado y transparente.

Ruta Turística: Cal y Sosiego

Entramos al pueblo por el empalme de la carretera, subiendo por la calle del Arroyo para iniciar el recorrido por la plaza. La plaza de Nuestra Señora del Carmen, en otro tiempo llamada de la Constitución, es el centro vital y entrañable de todo el pueblo; es el salón público de las ceremonias de todos los vecinos. Su fachada de levante está ocupada por la parroquia de San Miguel, que preside este sencillo y armonioso conjunto de arquitectura local. La iglesia, de estilo barroco tardío, fue construida en el 1774, a expensas de Juan Bautista Bernuy Fernández de Henestrosa, V marqués de Benamejí. En la acera septentrional de la plaza lucen las más hermosas casas del pueblo, de magníficas fachadas con artísticas rejas y balcones de hierro forjado. Frente a la parroquia se destaca el Arco, que nos recuerda los arcos castellanoleoneses. Dejando la plaza a través del Arco llegamos a la calle de Francisco Béjar nombre de un maestro o de Antequera, y siguiendo la derecha desembocamos en la de San Isidro, más conocida por Arrecife. Continuando la misma dirección nos encontraremos en la Esquina Rute, encrucijada de cinco calles, desde donde contemplaremos en toda su hermosura las Eras Altas, la calle más ancha y recta del pueblo.

Ayuntamiento de Palenciana

Nuestro paseo se dirige ahora por la calle del Río, paso obligado cuando en otros tiempos se iba a pie a Benamejí, cruzando el Genil en barca de maroma; desde la cuesta admiramos el río que serpentea bravío encajonado entre tajos y cárcavas. Desde allí, a Las Peñolillas, bastión pétreo de la ermita de San Lucas, un excepcional mirador que abarca la mayor parte del término: Los Turbales, Miraflores, la Cantera de los Moros, Juan Gómez, Los Llanos, El Cañaveralejo, Las Povedanas, Las Moradillas. Fuera del término, hacia levante, se aprecia la silueta increíblemente estilizada de la torre de Benamejí, la Sierra de Rute y la Horconera; al norte, los extensos olivares del Campo de Lucena; al oeste, las sierras sevillanas de Estepa, y al sur, la Camorra, ya en tierras malagueñas.

Paseamos por la ronda para enlazar con la calle Cambrón, popularmente llamada Pendencia. Antes de iniciar la subida podemos ver en la linde del camino del Pajariego hermosos ejemplares de espinos cambrones, verdes y saludables arbustos que tal vez le dieran nombre a la acogedora y empinada calle que de nuevo nos lleva a la Esquina Rute. Por la derecha bajamos la calle Gracia, y antes de mediarla subimos las escaleras de piedra que nos conducen al Ayuntamiento. Este conjunto de plazas, patios y edificios ocupa la antigua casa solariega de los Carreiras, señores hacendados que fueron dueños de un extenso latifundio. La casa fue íntegra y fielmente restaurada, dedicándose sus partes edificadas a oficinas, ambulatorio, salón de actos, biblioteca y hogar del pensionista, mientras que sus patios se convirtieron en plazas, callejas y teatro al aire libre. Desde la balconada del patio del Molino podemos recrearnos contemplando los entrañables parajes tan significativos para el agricultor palencianero: La Chora, La Albina, Los Llanos, Los Villares, el Cerro del Pozuelo… y al fondo, el hermoso ramillete de pinos que corona Los Coloradillos, por donde se incendian de esplendoroso crepúsculo los días más efímeros de Palenciana.

Sin lugar a dudas, nos mostraremos remisos a abandonar este admirable rincón que configura el Ayuntamiento, sencillo y bello conjunto repleto de humanidad, blancura y armonía. Pero tenemos que proseguir, y lo hacemos bajando la Arrecife, calle que soñó siempre con ser carretera, y en su final nos detendremos en esa rotonda llamada del Berrinche, portillo de trabajadores donde todavía resuena el eco de las voces cantarinas de las aceituneras y segadoras de otros tiempos. Más allá, en la calle Alameda, las escuelas, la preciosa viviendachalé llamada Son José y el molino de los Aragones. Caminamos ahora por las Eras Bajas antiguo paseo de la Paz hacia Levante, y gozamos del pequeño y agradable parque tan disfrutado por niños y mayores; detrás de él, el campo deportivo La Salinilla, a la izquierda se levanta otro edificio escolar donde estuvo el molino del Marqués; y enfrente, la imprescindible almazara y el entrañable camino Antequera, cordón umbilical que nos une gozosamente con tierras malagueñas.

Continuamos nuestro paseo y nos detenemos en la encrucijada de la calle Molina; desde aquí podemos contemplar la Huerta del Recreo y El Retiro, apacibles lugares con reminiscencias de merenderos de principio de siglo. Al Retiro se le ha dotado de piscina y bar-restaurante. No subimos la calle Molina; nos adentramos por la flamante urbanización Andalusí, la única que quebranta la disposición radial de las calles del pueblo. Continuamos por la herriza Navarro para sorprender por la espalda a la calle Carretería, agradable y soleada, que nos recuerda antiguos oficios. Más abajo, la recoleta placita de la calle del Arroyo: árboles, sol, sombra, silencio y el murmullo del agua en el surtidor. Siéntate y descansa en la armonía evocadora de esta sencilla paz; frente a ti, el camino que va al Arroyo, por donde todavía trasiegan los recuerdos de los aguadores y las ilusiones de las lavanderas.

Nuestro agradable caminar lo continuamos por la ronda y entramos en la calle Nueva, en su revuelta, el silencioCalle del Sol se hace blancura de cal y recogimiento; parece que la profundidad de su encanto lo impregna todo de sencillez y grandeza al mismo tiempo. A cada momento, la luz, la sombra, el alero del tejado y las golondrinas quieren hacerte un nuevo requiebro, un afectuoso requerimiento de atractivo y misterio. Otra vez subimos la calle del Arroyo y cuando llaneamos tomamos, por la izquierda, lacalle del Sol, mitad pendiente y llana la otra media, donde se levanta un bonito escalón para salvar el desnivel de la calzada. Y de nuevo a la calle de Antequeral al poco de subir nos encontramos en los Cuatro Cantillos, juego de esquinas y entrañable encrucijada de todo un pueblo, desde donde se goza la plaza, la calle Remedios Cruz y, al fondo, los sembrados, los olivos, los pinos y el esplendoroso crepúsculo de cada tarde. En los Cuatro Cantillos sobresale el Graillón de la Tienda Nueva o de doña Remedios para los más viejos, asiento y solaz de cualquier vecino que quiera gozar de las vivencias gratificantes del pueblo, lugar de reunión y concurrencia, genuina herencia del ágora griega, del foro romano y del ritwa musulmán.

¿Qué te gusta más de Palenciana?, le preguntamos a Pepito del Almacén. Sus negros ojos centellearon iluminados por una chispa vivaz y escrutadora comprendimos que estaba recordando todo su pueblo para seleccionar lo que más le agradaba; lo vimos indeciso, dubitativo y con una punta de preocupación. ¿De Palenciana … ?, de Palenciana me gusta todo, sentenció rotundamente. El Quico, el talaor de toda la vida, se reía socarronamente. En el reflejo de las mil irisaciones de sus ojos verdes adiviné un océano de olivos esperando su hacha aliviadora.

Plaza de Palenciana

Ya son las dos dijo José Guiesca señalando con su muleta la raya negra de la sombra, las dos que son las doce, la hora del almuerzo de los jornaleros. Y un revuelo de muletos salvajes, de caballos alazanes y de mulas tordas alegró la cara del pensionista, y mientras caminaban despacio y ociosos nuestros amigos, sonaron acompasadas y evocadoras las dos campanadas del reloj de la plaza para confirmar la sabiduría popular del antiguo yegüero.